El hotel de la muerte

miércoles, 10 de noviembre de 2010

 

Herman Webster Mudgett, “El Dr. H. H. Holmes” (1861–7 de mayo de 1896) fue un asesino en serie americano que capturó, torturó y asesinó a unos doscientos huéspedes en su hotel de Chicago, que llegó a conocerse con los nombres de “The Castle” o “The Murder Castle”. Se trataba de un hombre alto, apuesto, elegantemente vestido, un verdadero seductor que lograba con facilidad la confianza de las mujeres.

Su hotel se encontraba en el suburbio de Englewood en Chicago y, todavía en la actualidad, puede considerarse la “mansión de matar” más sofisticada de la historia de la criminología. El aspecto exterior del edificio era algo extraño, pero indudablemente su interior lo era aún más: toda la estructura estaba llena de cuartos insonorizados, pasadizos secretos, toboganes que conducían al sótano, trampas, agujeros disimulados en las paredes que permitían ver lo que sucedía en las habitaciones e, incluso, cañerías de gas colocadas debajo del parquet, que se accionaban desde el subsuelo para asfixiar a los huéspedes. En los sótanos había un horno crematorio, una tinaja con ácido sulfúrico, pilas con cal viva y una mesa de disección anatómica, con numerosos bisturíes, sierras y otras herramientas.

 El hotel de Holmes

Herman Webster Mudgett nació en 1860 en Gilmanton, en el seno de una acaudalada y puritana familia de New Hampshire. Era un muchacho problemático, cruel con los animales y los niños pequeños. Sin embargo, sabía ser encantador con las mujeres. Desde muy joven se interesó por conquistar a mujeres adineradas para vivir a su costa. En 1878, con 18 años, se casó con una joven llamada Clara Lovering, hija de un próspero granjero de Loudon (New Hampshire). En 1879 inicia sus estudios de medicina en la Universidad de Michigan, cuyos gastos fueron sufragados con la herencia de su esposa. Mientras era estudiante, ideó un método para conseguir estafar a las compañías de seguros: robaba cadáveres del laboratorio, los desfiguraba y los colocaba en lugares de forma que parecía que habían muerto en accidente. Con anterioridad, Holmes había contratado polizas de seguros sobre supuestos familiares de los cadáveres y recogía el dinero cuando los cuerpos eran descubiertos.

Después de asegurar un cadáver por 12.500 dólares y tener éxito en este fraude se marchó de Michigan y abandonó a su mujer y a su pequeño hijo.

Durante unos seis años se supo poco de Holmes. Al parecer estuvo en diferentes estados. Decidió marcharse al estado de Nueva York, enseñó en la escuela de Clinton County, alojándose en la casa de un granjero a cuya esposa sedujo, dejó embarazada y abandonó dejando, incluso, la cuenta sin pagar. En 1885 se trasladó a Chicago.

Mudgett tuvo incontables conquistas. Enamoró a una preciosa y millonaria joven llamada Myrtle Z. Belknap. La chica, en un principio, ofreció ciertas resistencias pero Mudgett consiguió ganar su confianza y se casó con ella (a pesar de no tener el divorcio de su primera mujer) y tuvieron una hija. A través de unas falsificaciones de escrituras, estafó a su familia política 5.000 dólares, que empleó en construir, en Wilmette, una lujosa residencia.

En 1887 logró, en las afueras de Englewood, una comunidad tranquila del sur de Chicago, la gerencia de una farmacia propiedad de una ingenua viuda, “Mrs. Dr. Holden”, una señora mayor de la que fue su amante y hombre de confianza. La cortesía y el encanto de Holmes atrajeron a muchas damas al establecimiento. La señora Holden estaba muy feliz con la prosperidad de su negocio. Sin embargo, su hombre de confianza, mediante falsificaciones de contabilidad y malversaciones de fondos, se hizo el dueño de todos los bienes de la viuda, a la que hizo “desaparecer”. Él afirmó que le había comprado la farmacia justo antes de que ella decidiera marcharse al oeste.

Mudgett ideó, entonces, construir un hotel que se inaugurase para la Exposición Universal de Chicago de 1893 y, así, aprovechar el gran número de personas que acudirían a la ciudad, entre las que se encontrarían muchas mujeres ricas y solas. Holmes, a través de una serie de estafas, consiguió un solar junto a su farmacia e inició en 1890 la construcción de un extraño hotel con aspecto de fortaleza medieval, cuya interior diseñó él mismo. No hay registros en los que aparezca cómo Holmes decidió llamar a su hotel, pero siempre fue conocido como “The Murder Castle”. Recurrió a numerosas empresas de construcción, que despedía al poco tiempo y a las que nunca pagaba. Los cambios constantes hacían que sólo Holmes conociese en profundidad el edificio cuyo extraña construcción podía haber levantado las sospechas de la gente. El hotel tenía tres plantas, un sótano y unas falsas almenas. Había más de 60 habitaciones y 51 puertas. En el edificio había numerosas trampillas, escaleras ocultas, pasadizos secretos, cuartos sin ventana, toboganes que conducían al sótano y puertas correderas que daban a un complejo laberinto de pasillos secretos desde los cuales, por unas ventanillas disimuladas en las paredes, Holmes observaba el movimiento de sus clientes, sobre todo si eran mujeres.La primera planta del edificio tenía almacenes y tiendas mientras que las plantas superiores estaban ocupadas por amplias estancias . En la segunda planta se encontraba una oficina de Holmes. La mayoría de las habitaciones estaban destinadas a los huéspedes.

Bajo el parquet, una instalación eléctrica le permitía seguir en un panel indicador instalado en su despacho el desplazamiento de los huéspedes. Acabar con sus vidas era fácil. Con sólo abrir unos grifos de gas, podía asfixiar a los ocupantes de varias habitaciones. Otras estancias tenían sopletes en las paredes recubiertas de planchas de hierro. Un montacargas y dos toboganes servían para hacer bajar los cadáveres a una bodega, donde podían ser disueltos en una cubeta de ácido sulfúrico, reducidos a polvo en un incinerador o sumergidos en unas cubas llena de cal viva.Este sádico asesino podía también torturar a sus víctimas antes de acabar con sus vidas. En una habitación, que llamaba “el calabozo”, tenía innumerables objetos de tortura. Entre las máquinas sádicas instaladas por Holmes, llamó la atención de los periodistas el autómata que permitía cosquillear la planta de los pies de las víctimas hasta que literalmente morían de risa.

Si alguna víctima intentaba escapar de su celda, se activaba una alarma que sonaba en las habitaciones de Holmes. La policía dedujo que algunos de los desdichados huéspedes fueron mantenidos en cautividad durante meses antes de su muerte.



0 comentarios: